Espárragos



Una de las cosas que nos pueden hacer sentir bien, contentos, felices, satisfechos y hablar de cómo estamos por dentro, es la comida. Comer es una acción necesaria, básica y elemental para vivir, pero también puede ser un ritual de placer que –si lo hacemos consciente- nos ayuda a ser más felices y a conectarnos con nuestro interior.

¿Has tratado de comer con un propósito más allá de satisfacer tu hambre o tu antojo?
¿De experimentar sabores nuevos, aromas, texturas, sensaciones? ¿De ayudarte a mejorar tu estado de ánimo comiendo o bebiendo algo rico?

Siempre he creído que en esta vida todo nos habla, nos hace señas, nos quiere decir “algo”. Sólo que generalmente nos encerramos en la rutina, la indiferencia, y pasamos de largo sin ver, escuchar y sentir lo que nos rodea. Sin embargo, el momento llega y te sucede. Ya sea por casualidad o coincidencia, como me ocurrió este fin de semana, que le declaré mi amor a los espárragos verdes.

De niña no me gustaban porque las pocas veces que los comía, era en conserva. Pero hace un par de semanas, me los topé en un restaurante de comida italiana, mientras celebrábamos el cumpleaños de mi amiga Sandra. De hecho esa tarde, fue sin duda de banquete, tanto por la comida, como por la compañía de seres con almas buenas y grandes.

El punto es que llegó a mi paladar un trozo de espárrago que sentí que me despertó algo en mi interior; algo que me decía: “¿por qué te resistes?” que me hizo eco por un instante que se quedó marcado. El salmón a las brasas, la copa de vino y las crepas de higo que me comí de postre, me sacaron de la seducción del espárrago.

Sin embargo, cada semana que iba al supermercado a hacer mi despensa, pasaba junto a ellos y me detenía. Recordaba ese sabor y ese llamado, pero había tres cosas que me impedían llevarlos: Lo caro de su precio, que no se veían frescos y que… ¡no sabía cómo preparar un espárrago!

Hasta que este fin de semana me armé de valor y al ver que las dos primeras causas que siempre evitaban que los comprara, desaparecieron y me llevé un manojo de espárragos verdes crudos y frescos… pensé: ¡Para eso está el Internet!

Lo cierto es que no todo lo que está ahí sirve en el momento en que más lo necesitas y decidí seguir mi instinto curioso. La mitad del manojo a cocer y la otra mitad a asarlo en la sartén a falta de comal o asador.

Los resultados, ni les cuento. El espárrago asado con un poco de sal con ajo, me supo pecaminosamente delicioso, que me los devoré en cuestión de segundos, sin siquiera esperar para servirlos con el plato fuerte. Los cocidos no los he probado aún, pero se me antojan gratinados con queso. A ver qué tal.

Lo que sí encontré en Internet fue que el espárrago verde crece en contacto con la luz del sol y tiene clorofila. Es el tipo más solicitado, tanto por su especial sabor como por la época de cosecha, que transcurre entre noviembre y marzo. Su clorofila es por sí misma un importante aporte, ya que tiene propiedades desodorantes, cicatrizantes, antioxidantes (para retrasar el envejecimiento celular) y mejora la circulación sanguínea. Cuando los espárragos están frescos se constituyen principalmente de agua, a lo que hay que agregar que su contenido en fibra es alto, y muy bajo en azúcares y grasas, de manera que son recomendables para quien desea bajar de peso y no sentir hambre, gracias a que producen sensación de saciedad tras su consumo. Estas y otras sorprendentes cualidades poseen estos vegetales que valen mucho la pena para verte y sentirte bien.

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