Yo México.

No es de mi agrado hacerle publicidad a las actividades del Gobierno (en cualquier nivel), a menos que de alguna manera, llamen mi atención como esta más reciente, organizada por el Gobierno Federal.

“Yo México” es el espectáculo que se realiza en el Zócalo del Distrito Federal, con motivo del Centenario de la Revolución, del 11 al 23 de noviembre y que tuve la oportunidad de ver el primer día, cuando la gran plancha apenas alcanzó el setenta por ciento de su capacidad. En medio de una noche nublada, muy fría y con una luna que, junto con las fachadas de Palacio Nacional, la Catedral Metropolitana y los dos edificios del Antiguo Palacio del Ayuntamiento no pudieron conformar un mejor marco visual.

Así, luego de una caminata por las calles del centro histórico que tanto me gusta, una cena típica en la Cafetería “La Popular” y la mejor actitud que pude tener en ese momento, me lancé con mi amigo Toño a ver “Yo México” que da inicio todos estos días, a las nueve de la noche.

Tres escenarios con pantallas gigantes, un magnífico sonido, cerca de 300 actores, actrices y bailarines y una gama de luces increíbles conformaron este espectáculo que lleva a quien lo presencia, por los diferentes Méxicos que hemos sido y que somos: El prehispánico o de la Conquista, en el que reivindican a Malinalli: “No me digan Malinche despectivamente… Yo no vendí a mi raza; fui vendida por mi raza” dice a todos los presentes, poco antes de que se anuncie “el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Y sí, la piel se enchina para dar paso al México de la Colonia, al Independentista. Entonces la catedral se pinta de colores al son del mariachi para luego quedarse en blanco y negro y dejar leerse en ella y en los demás edificios los “Meshico, México, Méjico, Mexhico” en letras mayúsculas.

Los pregoneros se encargan entonces de contar la historia, que no parecía tan lejana de nuestra actual realidad, a grito de voceadores: “¡Extra, extra, se firma la paz con Francia", "Estados Unidos le declara la guerra a México", "Extra, Santa Anna es derrotado", "Asalto al Castillo de Chapultepec", "Extra, se pierde la mitad del territorio” y así todo el siglo XIX en unos cuantos minutos para rematar con: “El respeto al derecho ajeno, es la paz” y ubicarnos en el progreso y la revolución.

Entonces mi emoción crecía porque tras el tranvía, las telecomunicaciones, la tierra y libertad, vería venir a mis Generales Zapata y Villa… los principales revolucionarios para mí, sí, sólo para mí, porque para los creadores de esto lamentablemente, fueron casi invisibles, más que Madero. Ni Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y Pedro Infante lograron matar mi frustración en los casi cinco minutos que se adueñaron de las pantallas.

Y de la época de oro, a la época actual; la de la Tlatelolco, la del temblor del 85, la de las Olimpiadas. Eso sí me dejó muda. Sobre todo al ver, bajo los efectos de las luces, cómo se cuarteaban y se derrumbaban los edificios. El silencio se hizo presente para ver las imágenes que mucha gente de por acá nunca han podido olvidar…. Repentinamente, se oye un ¿rap? Sí, ¡un rap! interpretado por no sé quién, que decía: "mexicanos escúchenlo bien... un pueblo igualitario, no totalitario... tenemos una patria, échenle ganas, pero un chingo de ganas... la revolución no es el nombre de una calle, es saber lo que haces..." Yo terminaba de poner mi cara de ¿qué pasó?, cuando me sorprendió el “Yo no fui” con Pedro (Infante), versión moderna y karaoke… ya mejor me puse a cantar pa’ no sentir tanto el frío. Al fin que ya faltaba poco para terminar. El son de la negra, las calacas bailadoras, la pirotecnia y el fuego en el escenario fueron la mejor manera de terminar con esta historia. Estuvo padre, sí. Fue grato, sorprendente y emotivo. Pero no les perdonaré no haber visto a Zapata y Villa en el lugar que les toca.