Cuando la casa se rompe, pero el hogar perdura.

Escribir es una forma de ayudar a sanar. Ayudar, también.
Mensajes de apoyo en el Parque España

1. Nada que el tiempo no cure...por favor, tiempo, no tardes tanto.


Como era de esperarse, un día después del sismo del 19 de septiembre, aún con el miedo a flor de piel y la sensibilidad que causa la incredulidad de los hechos, empecé mi proceso de "autoterapia" mediante la escritura. 

Estar un poco lejos de mis amigos y familia más cercana, físicamente hablando, hizo que facebook fuera el lugar elegido, porque ahí estaban; pero también, porque de alguna manera, se ha convertido en una especie de "diario electrónico" que, con todas sus vicisitudes, archiva y maneja bien las memorias. Entonces compartí mi primer desahogo, mi experiencia de ese 19s:   

"Mami ¿por qué se rompe mi casa?"
No sé si sepan, pero yo vivo en la Col. Condesa, donde hay muchas cosas bellas, menos los sismos.
Ayer, sólo alcancé a partir dos papas que iba a cocinar, cuando Raquel se acercó con su pelota verde, porque quería jugar conmigo. Dejé el cuchillo y en ese instante comenzó a temblar. Un par de horas antes le expliqué lo del simulacro, el sonido de la alarma y lo que tenia qué hacer cuando pasara.
Afortunadamente, estábamos juntas en la cocina. La cargué y la abracé muy fuerte...cuando el movimiento me hacía bailar involuntariamente de un lado a otro y empezaron a caer muebles y objetos recargados en las paredes; me agaché, me pegué a la estufa cubriendo a mi hija y, sí, grité como loca al Creador implorando misericordia, mientras escuchaba crujidos de las paredes.
Mi hija nunca gritò, ni lloró...ni soltó su pelota. En cuanto disminuyó la intensidad, baje corriendo del cuarto piso con ella en brazos y la primera bolsa que alcancé de pasar. Al llegar a la calle, Raquel me dijo: -Mami, ¿por qué se rompe mi casa? Y justo allí, se rompió mi corazón.
Me temblaba todo y más cuando me di cuenta que habia olvidado mi celular.
Mi vecino, Carlos, me hizo favor de subir por él, pues no recordaba los números de teléfono de mi marido que trabaja en Reforma, en un piso 17. Me tardé un poco en contactarlo y ya saben como es la mente. A Dios gracias, nos reunimos pronto...y asi seguimos, escuchando la triste situación generada.
Llámenme cobarde por no estar ayudando, pero he usado mis manos y mis fuerzas para proteger a mi hija...y quisiera ir corriendo a la escuela Rebsamen pero...encontraré otra forma de ayudar, más útil.
Por ahora solo quiero agradecer a quienes se han preocupado por nosotros. Gracias por sus oraciones para todos los habitantes y su buena vibra.
Mi casa, en efecto, está un poco rota :( y eso me hace sentir vulnerable, pero ya le pondremos plastilina. Trato de salirme de la frecuencia del miedo...porque de la del dolor ajeno, es casi imposible.
Un abrazo y de verdad, cuídense y amen".

Un par de días depués pudimos entrar de nuevo al departamento -al parecer no tuvo daño estructural- y ahí estaban las papas...marchitas, polvosas y también pálidas del susto.
Las papas tristes
Espero pronto comerlas de nuevo y disfrutarlas...en estos días es lo que menos se antoja.

2. La gran preocupación: los pequeños

Si algo cimbró los corazones de todos fue el tema de los niños; todos: los vivos y los que no. 
Raquel, afortunadamente, estaba conmigo y -quiero creer- que le fue menos traumático. Prácticamente fue la primera vez que se daba cuenta de lo que era un sismo. No pude explicárselo hasta los días siguientes, cuando me decía que extrañaba su casa y sus juguetes o les decía a los demás que su casa se había roto. Confieso que me ayudó mucho el cuadernillo que circularon por redes titulado "Cuando la tierra se movió"  y tratar de hacerle su rutina un tanto parecida, así como estar más tiempo con ella y explicarle cada cosa que yo sentía le causaba conflicto, como por ejemplo, estarla "cambiando" de casa.

Y es que si uno como adulto, que tiene el entendimiento de lo que pasa, se siente vulnerable; no imagino a los niños. Más a los que vivieron la experiencia de otra manera. 



Casi una semana después volvimos a nuestra colonia, por aquéllo del apego. La verdad es que también me daba un poco de miedo estar en el hogar provisional, porque es una zona que no conozco, así que nos refugiamos por unas horas en el Parque España que se ha convertido en un gran centro de acopio y ayuda. Por suerte, los juegos que tanto le gustan a mi hija no se dañaron y estuvimos ahí tanto tiempo como ella siempre ha querido. Trepó, se aventó de la resbaladilla una y otra vez y volvió a tener esa sonrisa que desde hace días no veía. Además, se integró a actividades que brigadistas están organizando para los niños y agradecí infinitamente este tipo de acciones; en verdad hacen la gran diferencia. 


3. La casa puede romperse, pero el hogar perdura

Dicen que a todo hay que saber encontrarle lo bueno; o que las bendiciones vienen en envoltura amarga...o que no hay mal que por bien no venga. Eso cuesta un huevo y si nos lo dicen en estos momentos, nos puede molestar, pero vaya que es necesario (con todo mi respeto, cariño y solidaridad para los que perdieron a sus seres queridos). 

Ese día que fui al Parque, deambulé como zombie alrededor. Quise ver cómo funcionaba como centro de acopio, la gente que había y, con mi hija en brazos porque ya se había cansado de tanto jugar, le iba explicando que la gente estaba ayudando a más niños que también se les había roto su casa y no tenían un lugar donde dormir y algo qué comer.  

Al pasar por una fuente vacía, vi una cama de masaje y me acerqué a husmear. Era un espacio acondicionado para dar reiki y terapia alternativa. Me preguntaron qué necesitaba y sólo les dije que no sabía...luego me hicieron otra pregunta mejor: ¿qué siente? Y entonces supe decir claramente: miedo y ansiedad. De inmediato supieron qué hacer. 

No recuerdo exactamente qué tanto me hicieron, pero me pusieron aceitito, imanes, me tronaron los huesos de mi espalda que sentía como caparazón de tortuga y, lo más importante, me hicieron volver a ese momento del sismo en que me llené de miedo y angustia...lo mejor de todo fueron esos grandes abrazos que Fabiola, la chica terapeuta, me daba mientras yo me deshacía en llanto y ella me decía: "estás segura y protegida".

Sentí que el alma me volvió al cuerpo y que me quitaron una tonelada de peso que cargaba. Mi hija atenta observó todo y me gustó. Quiero que sepa que como humanos somos seres vulnerables, que necesitamos ayuda, que pasan cosas que a veces no sabemos cómo expresar o manejar para seguir viviendo sin tanto lastre. 

Sí, quiero que sepa que una casa que nos puede dar estabilidad o estructura puede romperse, pero un hogar que se construye con amor, paciencia, respeto, alegría, solidaridad, honestidad, deseo de compartir, puede perdurar e instalarse donde sea; desde un parque, hasta donde alguien te abre sus puertas para tener un espacio dónde pasar la noche. 


Dios bendiga a todos los que han ayudado de una u otra manera; topos, perros, brigadistas, voluntarios, rescatistas de otros países...a quienes oran, donan, cocinan, reparten y también a quienes dan abrazos y nos ayudan a volver al aquí y ahora. 

Aunque todavía estoy en estado de alerta permanente y cimbro junto con el edificio cada que pasa un camión o escucho una sirena o sonido de altavoces, quiero dar vuelta a la página, aprender a vivir aquí y ayudar como pueda a quien necesita más que yo; aquí o en Morelos o en Oaxaca o en Chiapas o en cualquier rincón del país; de nuestra casa.

Que todo vaya mejor.





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