Amores cautivos.



-¡Qué poca madre!- Expresó indignada Isabel cuando vio en las noticias que los diputados decidieron aumentar los impuestos para el próximo año. Apenas había logrado estabilizar sus finanzas, tras ajustes que cada mes tenía que hacer entre sus ingresos y gastos:

-Con tanto pinche malabar que hace uno con lo que gana, termina haciéndose experto en finanzas y administración, me cae…- Dijo para sí como alguien que se jacta de haber alcanzado un reto. Y en efecto, así era. Sobrevivir sin deudas en este país es todo un milagro. Pero con la situación sentimental de Isabel, siempre le resultaba más fácil controlar sus finanzas que la cuestión emocional.

Y es que en su vida, este aspecto no había sido tampoco del todo simple. No. Doce años atrás, mucho más joven aún que ahora, contrajo nupcias con un buen hombre; un hombre profundamente enamorado que le ofreció todo lo que una mujer, en esa edad, desea o sueña; todo eso que crea nubarrones entre la conciencia y nuestra verdad del alma. Entonces, se casó, tuvo hijos y… no, no vivieron tan felices.

¿La razón? su autoengaño. Sí, en realidad ella no se había casado con el hombre que amaba, sino con quien la amaba.
Cuando se preguntaba en silencio por qué lo había hecho, sólo movía la cabeza, pensaba en sus tres hijos pequeños, respiraba tan profundo, que el aire no le alcanzaba y, trataba de seguir su vida, como si todo estuviera bien.

Sin embargo, en los días en que su alma le reclamaba su mentira, era otra; se transformaba y buscaba en sus recuerdos; en su bandeja de entrada, en su celular y, cuando ya no podía más, escribía cartas; cartas que nunca enviaba. En realidad era esa su única fuga:

“Amor mío: los días transcurren y te sigo pensando. Han pasado meses, años sin verte y tu recuerdo en mí sigue intacto. En cada momento de soledad que tengo, me pregunto qué hubiera sido de nosotros sin nuestras prisas por la vida en aquel entonces… nos caímos los dos… y ahora ya ves, el uno sin el otro; conteniendo el amor ¡Ah! que doloroso es eso; de no ser por mis hijos, ya estaría más loca. Pero crecen tan rápido que me aterra pensar en lo que será de mí cuando se vayan y yo siga sin ti.

Él es tan buen hombre… pero me siento tan sola… tan culpable por pensarte…”

Ponía el último punto suspensivo, cuando una lágrima resbaló por su rostro para estrellarse en su lienzo de papel. Con su dedo índice izquierdo intentó limpiarlo, pero sólo consiguió barrer la tinta. Ya no pudo seguir. El llanto la hizo recostar su cabeza en la mesa en la que siempre se daba tiempo para escribir, hasta que el sueño la venció. Así durmió esa noche: con los ojos húmedos y cobijada por la tristeza.

Comentarios

  1. hola Ale antes que nada dejame decirte que me encanta lo que publicas; la historia es triste pero parte de la vida y de muchas mujeres, aunque la parte dos me dejo como con ganas de mas, me quede emocionada sobre todo cuando se encontraron pero es bueno pues lo dejas a la imaginación.
    bueno estare esperando mas publicaciones tuyas bye

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  2. Lunita! Gracias... sí, creo que esa historia la han vivido muchas personas... efectivamente, prefieron que cada quien ponga lo que pudieron hablar para resolver su asunto. Mil gracias por leerme.

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