Y las mariposas...



Esta vez no volaban de flor en flor. Estaba nublado, frío y prefirieron seguir colgadas de los árboles aguardando la salida del sol. Así son las monarca, especiales y únicas en su especie. Fui a visitarlas a Piedra Herrada, un lugar en Temascaltepec, Estado de México, cerca de Valle de Bravo. Pero sólo unas cuantas se dignaron a saludarme y, las entiendo, pues hasta yo tenía frío.

Piedra Herrada es un sitio que iniciaron los habitantes del ejido de San Mateo Almomoloa en 1999, pero en 2007 la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, junto con la Secretaría de Turismo, terminaron por convertirlo en un Centro Cultural de Conservación.

Así, al llegar al lugar y luego de explicarnos en qué consistía el recorrido, un guía originario del lugar, nos hizo subir casi tres kilómetros a un cerro boscoso. Fue pesado, cansado, polvoso, pero agradable como experiencia. Ver y oler a pino, encontrarse con flores silvestres que no sabía que existían y llegar a lo alto a encontrarme con ellas, hizo que valiera la pena.
La mariposa monarca llama mi atención por su proceso de vida, por lo que tiene qué hacer para sobrevivir en su viaje desde Canadá hasta México, a donde llegan a aparearse.

Según me contaron, una vez que se aparean, los machos mueren y las hembras regresan al norte del Continente a desovar en primavera a la siguiente generación. Es increíble, porque la duración de estos viajes excede la vida de cualquier mariposa (vive cuatro días como huevo, dos semanas como oruga, diez días como crisálida y de dos a seis semanas como mariposa) de tal manera que su capacidad que tienen de volver a los mismos sitios de hibernación tras varias generaciones, aún se investiga. Todo hace suponer que los patrones de vuelo son heredados, que tienen que ver sus antenas y la posición del sol. En el Santuario nos dijeron que las mariposas que mueren y se quedan allí, sirven también como señal de referencia para que regresen.



Es increíble cómo la naturaleza te sorprende. Sus colores naranja y negro, que las hace únicas, les sirven también como defensa contra sus depredadores… Sorprendida estaba, admirándolas, ahí en los árboles, calculando cuántas miles de ellas serían. Su tamaño, su fuerza, sus colores y formas, lo mejor de todo fue cuando una de ellas se acercó y le escuché decir en secreto: "En esta vida hay que transformarse las veces que sean necesarias; escoge con libertad el color de tus alas, según para lo que las necesites, pues ellas te ayudan a sobrevivir".

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