Hay mejores cosas que hacen feliz a un niño... y no son dulces.

Photo by Allen Taylor on Unsplash

Confieso que soy una mala mamá....bueno, según algunas personas que han visto que no le doy y evito que le den dulces a mi hija. Desde familiares muy cercanos, amigos y hasta gente que ni conozco en lugares que visito, por ejemplo, la semana pasada, en la ludoteca donde llevé a Raquel (mi hija) a actividades para niños relacionadas con los huevos de pascua.


Ese día tocó "buscar" huevitos por todo el lugar y debo confesar que fue muy divertido, sobre todo ver su cara cuando encontrábamos alguno y los echaba en su canasta. Eran huevos de plástico que desde que los vi, recé porque no tuvieran dulces dentro... Al final, cuando nos reunimos todos los niños y  papás para abrirlos ¡oh, sorpresa! Sí, eran dulces...

¿Por qué dar dulces a los niños? 

Hace un año atrás, cuando visité a una amiga, salió un amigo a ofrecerle dulces a mi hija: 
-No, ella no come dulces, gracias- Le dije.
-Pero qué mala eres! Déjala que tenga infancia- Fue su respuesta e insistió en ofrecerle, a pesar de mi carota. 
La escena de estira y afloja terminó en que Raquel, ese día, por primera vez, probó un dulce y, afortunadamente, lo escupió de inmediato. Y yo me fui a mi casa preguntándome ¿POR QUÉ CREEMOS QUE LOS DULCES SON SIMBOLO DE ALEGRÍA Y FELICIDAD? 

Por varios días, me la pasé observando a mi alrededor y cuando veía alguna situación en donde algún adulto le daba dulces a un niño trataba de encontrar lo que había detrás. Obvio, sólo son suposiciones porque tampoco tuve el valor de preguntarles el por qué lo hacían. Esté o no de acuerdo, cada quien educa y da a sus hijos lo que mejor considere. Pero tras mi corta investigación pude apreciar dos cosas: 

1. En niños pequeños, de meses, no pedían el dulce. El adulto se lo daba, luego de darle él una mordida o probarlo. Esto me hacía pensar que quien quería el dulce era el papá/mamá/adulto y no sé si por sentirse menos culpable, lo "compartía" con el bebé. 
2. En niños más grandecitos, que ya hablaban y sabían pedir algo en específico, se lo daban para que no hiciera berrinche o mantenerlo "tranquilo". Entonces pensaba que el dulce era un recurso fácil y barato para algunos. Como los de la ludoteca que mencioné al inicio, por ejemplo. Y no los culpo, ni los juzgo, pero pregunto en serio y respetuosamente ¿por qué darle dulces a los niños?

Dulcemente amargo: posibles causas emocionales

Quizá le pregunta más apropiada sea ¿POR QUÉ LOS ADULTOS COMEMOS DULCES? Pues somos nosotros, los adultos o padres, el primer contacto, el más cercano y de mayor confianza para ellos, mediante el cual van conociendo el mundo exterior y lo que hay en él... incluidos los dulces. 

Reconozco que yo sí comí dulces de niña y hasta de grande. Los saqué de mi vida cuando me embaracé y más conscientemente, cuando nació mi hija, que empecé a leer e informarme de todo lo que contienen y provocan en el cuerpo. Además, los dulces de antes (10 o 20 años atrás) no eran como los de hoy y tampoco se abusaba de comidas procesadas llenas de azúcar y aditivos como en la actualidad. Recuerden que el AZÚCAR no sólo está en la comida dulce; también en la salada que venden ya empacada o preparada (salsas, aderezos, sazonadores, panes, yogures, pizzas, pastas, etc). 

Se han preguntado por qué la industria abusa de ello? Simple: porque saben que las comidas ricas en grasas y azúcares "sobrecargan el sistema de recompensas del cerebro" y eso hace que uno nunca quiera dejar de comerlos. 

«No nacemos amando las patatas fritas y odiando, por ejemplo, la pasta de trigo integral», señala Susan B. Roberts, autora principal de un estudio sobre obesidad. «Este condicionamiento ocurre con el tiempo en respuesta a una alimentación repetida»

Sí, nos hacen sentir felices, momentáneamente y nos ponen obesos y enfermos a largo plazo. Pero como somos humanos y venimos de una especie que aunque ha evolucionado, nuestros instintos y deseo por placer momentáneo nos ganan. 

Entonces, esa es una causa: nuestro instinto de supervivencia. Otra que han estudiado, es desde el punto de vista de la bioneuroemoción: 

Generalmente la necesidad de comer dulces se vincula a la madre que representa la seguridad en el hogar, la que nos da (distribuye) el alimento y lo salado con el padre, el que protege de lo externo y el proveedor de alimento.
¿Por qué lo dulce con la madre?. Porque al nacer pasamos por nuestro primer trauma emocional, salimos al mundo físico y nos sentimos totalmente desprotegidos. Salta en nuestro interior una alarma de miedo e inseguridad. Lo siguiente que ocurre es que nos ponen en brazos de mamá y en su pecho, la asociación “ahora estoy seguro, tengo afecto y amor”  y mis sentidos reciben el dulzor de la leche materna.
Acabamos de grabar nuestro primer programa en nuestro disco rígido: “cuando me siento desprotegido, abandonado, sea real o simbólicamente, me falta el amor y protección de mi madre, quiero algo dulce”, podemos recurrir de forma directa cuando comemos chocolates o chucherías, o de forma indirecta a través de los carbohidratos o harinas refinadas, que al metabolizarse se transforman en azúcar. Así empieza el sobrepeso, frente a una desestabilización de afecto busco el amor, busco algo dulce. (Fuente: http://www.univergia.com/comiendo-dulce-siento-mejor/)

¿Qué fuerte, verdad? Y quizá sea más fuerte saber que desde la concepción y hasta los 3 años el niño o niña vive los estados emocionales de la madre al cien por ciento. Así que cuando le demos dulces a un niño, sea mejor preguntarnos ¿PARA QUIÉN ES EL DULCE EN SÍ?, ¿QUÉ LE ESTOY DANDO EN REALIDAD? (además de azúcar, claro) o ¿QUÉ NO LE ESTOY DANDO EN LUGAR DE ESOS CARAMELOS? 


¿Hay mejores cosas que los hacen felices? 

Definitivamente. Hablando de dulces en sí y en cuestión de alimentos, están las frutas que no sólo contienen azúcar, sino además fibra y otros nutrientes que el cuerpo sabe asimilar: plátanos, manzanas, uvas, naranjas, peras, por mencionar algunas... ¿quieres más energía? prueba con los dátiles, pasitas, ciruelas y demás fruta deshidratada (sin abusar, por supuesto)... galletas caseras, tostadas con miel de abeja natural o miel de maple natural o miel de datil (ya hay de todas sin aditivos ni conservadores)... 

Emocionalmente: colorear, dibujar, leer, escribir, ir al parque o hasta ver la tele con ellos, puede serles más atractivo que un dulce. Creo -por lo que he visto con mi hija, hasta ahora- que lo que quieren es estar ocupados, no aburridos, jugar y jugar y jugar, sentirse atendidos, acompañados y amados. A mí me encanta involucrarla -cuando ella lo pide- en mis cosas y proyectos, como en este video-cuento que leímos juntas y grabamos:



El problema no son los dulces, sino los filtros que les ponemos o no a nuestros hijos (y a nosotros también), para saber elegir y mostrarles que hay mejores cosas que eso. 

Y claro que mi hija, ahora que va a fiestas de cumpleaños y "socializa" más, empieza a conocer el mundo dulcero, pero le he enseñado que hay reglas: 
1.- Los dulces se comen de día
2.- Sólo un dulce y en las fiestas
3.- Que no sean de color azul, rojo, amarillo o marciano. Sí, llora cuando le digo "hasta aquí", pero nada que un beso, un abrazo y otra distracción mejor logren solucionar. 

Ahora ven por qué algunos creen que soy mala? Ustedes no piensan lo mismo, ¿verdad?
Ojalá este mes del niño (y todos los demás días) demos amor y tiempo en lugar de dulces.

Nos leemos pronto. 

Comentarios

Miembro de

Miembro de

Miembro de

Tienda de productos orgánicos en Facebook

Entradas populares